Creería que todos en la vida tenemos momentos adversos, en los cuales destilamos diversas emociones de cara al destino, que nos arropa con un manto de incertidumbre que ninguno puede determinar, encajamos los golpes y nos abrazamos a un mañana ideal.

 

El día a día trasciende con cierta dosis expectante, existen alegrías y avatares que nos cambian por momentos las emociones como si fuese una montaña rusa en un parque de diversiones, conservamos la complicidad con quienes nos escuchan e intentan entendernos pero animosamente en muchas situaciones estamos abocados a no aceptar cualquier persona que piense opuesto a nuestra realidad, lo observamos con hostilidad, como si fuese quizá un adoquín de arcilla entre la multitud, razón suficiente para indisponernos.

 

Hacer alusión a la hemiplejía moral es ser indiferente con quien piensa distinto, es desvirtuar íntimamente un punto de vista que no colinda con nuestros pensamientos o emociones. Hay quienes en medio de sus virtudes reaccionan en tono airado y no por ello están exentas de ser buenas personas.

 

A flor del día siempre estarán los desafíos, a los cuales debemos afrontar con entereza sin ningún tipo de maleabilidad, retando la complejidad de los sucesos, avizorando momentos entrañables que despierten o reaviven esa llama que llevamos en nuestro interior y que late a ritmo del destino. Entre tanto, algunos sueñan escapar de su realidad sin detenerse a mirar a su alrededor lo que a presencia de sus ojos supera el realismo mágico.

 

Los parabienes a quienes persisten con fortaleza y con descollante encanto se arrojan a creer, crecer y aportar a lo que se quiere o desea, enalteciendo o elevando el criterio que dicte su corazón.