May 27, 2025

La historia de Vladimir, el joven al que la guerra de bandas le arrebató la vida

  • May 26, 2025
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La historia de Vladimir, el joven al que la guerra de bandas le arrebató la vida

 

El asesinato del futbolista de 24 años sacudió a Buenaventura, que sigue en medio de la guerra entre Shottas y Espartanos. A un mes de su muerte, Colombia+20 viajó a la ciudad y habló con los familiares y amigos del deportista.

 

Santiago salió de su casa confundido y con la respiración agitada. No había forma de procesar lo que acababan de decirle a su mamá, que se quedó gritando, inconsolable. Eran las 10:22 de la noche. No olvida esa hora. No la va a olvidar. Afuera, las calles estaban casi desiertas. “Las cosas no estaban para juego en esos días”, dice. Corrió unas pocas cuadras, hasta el local de comidas rápidas de rejas rojas que Vladimir frecuentaba.

 

Cuando llegó, su cerebro se negaba a aceptar que era el cuerpo de su hermano de 24 años el que estaba allí, tendido en el andén. Solo cuando tocó su mano y palpó su pecho, Santiago entendió que Vlacho —el que lo enseñó a jugar fútbol, el que salía a recogerlo cuando llegaba tarde de la universidad para que no entrara solo al barrio, el que le juró que siempre lo protegería— había sido asesinado.

 

“Yo todavía no entiendo cómo es posible que eso le haya pasado a él”, dice mientras su cuerpo se encoge sobre una silla y deja salir una bocanada de aire.

 

Vlacho, el volante de oro

 

Vladimir Bravo Núñez nació en Buenaventura el último jueves de septiembre del 2000. Aunque su mamá era profesora, desde muy temprano él supo que el estudio no era lo suyo y, sin dejar de ir a clases, se enfocó en lo que más le gustaba en la vida: jugar fútbol.

 

La historia de Vladimir, el joven al que la guerra de bandas le arrebató la vida
Decenas de personas se congregaron en la cancha del barrio La Independencia para rendirle un homenaje a Vlacho.
Foto: Alcaldía de Buenaventura

 

El apodo, ‘Vlacho’, fue invento de su papá, pero se le quedó para siempre. Así lo llamaban en el barrio, en el colegio y en las canchas, donde jugaba como volante o lateral derecho. Su último equipo fue el Club Deportivo Oros del Pacífico.

 

Era difícil encontrar a alguien que le ganara en agilidad: medía apenas 1,67 y su contextura delgada le permitía moverse con rapidez y poner el balón donde nadie se lo esperaba. Quienes jugaron con él dicen que “tenía un pie desequilibrante y una visión muy brava”.

 

De niño, junto a su hermano Santiago, no dejaba descansar la pelota ni siquiera dentro de la casa. Rompieron vidrios, dañaron la licuadora, acabaron con los jarrones. Cuando estaban más grandes, Vlacho entrenaba con su hermano y lo orientaba. Le corregía el control del balón, le aconsejaba que abriera los brazos cuando lo recibiera y que no dudara en disparar si tenía el arco de frente.

 

“Cuando tenía 9 años, lo eligieron mejor jugador en la copa Herbalife. Jugó en varios equipos, le hicieron ofertas en Ecuador y en Argentina, pero tocaba tener pasaporte y eso valía mucha plata”, recuerda Santiago.

 

Aunque no se le dieron las cosas para llegar a la liga profesional, en Buenaventura era una leyenda. Hace apenas tres años, en el torneo local, marcó 12 goles en cuatro partidos y se coronó como máximo goleador.

 

Todavía se habla del tanto que anotó en un tiro libre desde la mitad del campo y del penalti que celebró imitando a Jude Bellingham, el centrocampista del Real Madrid, equipo al que apoyaba.

 

En la cancha del barrio la Independencia, donde Vlacho solía jugar, aún lo recuerdan, le dedican goles, le guardan minutos de silencio.

 

“La gente de afuera de pronto no lo entienda bien, pero para nosotros los bonaverenses ir a una cancha a jugar es tener algo de luz en medio de la oscuridad, es alejarse de tanta violencia y zozobra por unos minutos”, cuenta, al término de un partido, una de las personas que lo conoció.

 

La guerra de bandas se cuela entre los inocentes

 

El el 30 de marzo del 2025, Vlacho salió de su casa en la mañana para ayudarle a un amigo con una mudanza. Volvió a su casa a media tarde, se dio un baño, comió y se despidió de su hermano y su mamá. Regresó a la casa de su amigo y, en la noche, caminó hasta un puesto de salchipapas para comprar la cena.

 

Estaba en el andén de enfrente cuando un hombre se acercó en una motocicleta para preguntarle de qué barrio era y qué hacía allí. Apenas empezaba a responderle cuando el sicario sacó su arma y le disparó sin razón.

 

“Las balas no pueden seguir truncando los sueños de nuestros jóvenes del pacífico colombiano”, dijo la vicepresidenta de la República, Francia Márquez, cuando salió a la luz el homicidio de Vlacho.

 

Hoy, un mes después, en Buenaventura siguen preguntándose cómo es posible que hayan matado a Vladimir, un muchacho que vivía para jugar fútbol y jugaba fútbol para vivir, que tenía por consigna alejarse de todo lo que oliera a problema, que no había perdido la ilusión de llegar a un equipo profesional para salir adelante y comprarle una casa a su mamá, su mayor sueño.

 

La historia de Vladimir, el joven al que la guerra de bandas le arrebató la vida
El asesinato del futbolista Vladimir Bravo, de 24 años, desencadenó la reacción de las comunidades.
Foto: Gustavo Torrijos Zuluaga

 

Con su asesinato, marzo cerró como el mes más violento en dos años en Buenaventura. Fueron más de 20 homicidios en 31 días, que dejaron en evidencia los efectos de la ruptura de la tregua entre los Shottas y Los Espartanos, las dos principales bandas criminales de la ciudad, que desde julio de 2023 intentan avanzar en un proceso de paz urbana con el Gobierno de Gustavo Petro.

 

A finales de 2022, cuando apenas iniciaban los acercamientos y las estructuras acordaron detener las confrontaciones, la ciudad tuvo un periodo de 92 días sin homicidios. Fue un lapso suficiente para sembrar la esperanza de que, por fin, después de décadas, la violencia se iría difuminando. Pero la mesa de diálogos empezó a tambalearse y el terror regresó a Buenaventura.

 

“El asesinato de Vlacho nos dolió mucho porque era un chico de bien, que no le hacía daño a nadie, que nos alegraba la vida a todos. Esa muerte nos mostró que cualquiera estaba en riesgo. Mañana puedes ser tú o puede ser tu hijo”, dice un amigo del joven.

 

Santiago, su hermano, aún no se hace a la idea de que Vladimir ya no está. El tiempo verbal para referirse a él sigue siendo el presente. Lo siente cerca. Lo lleva cerca. Desde ese 30 de marzo, usa una cadena dorada con una medallita de la virgen de Guadalupe que Vlacho nunca se quitaba.

 

Conversamos en el malecón de Buenaventura, al otro extremo de la ciudad, lejos de donde ocurrió todo eso que él quisiera olvidar. En cambio, quiere apegarse al recuerdo de su hermano en vida, de su sonrisa amplia, de sus pasos de experto bailando salsa, de su voz cantando “Se pareció tanto a ti”, del Grupo Niche, o “A veces”, de Alex D’Castro, de las asistencias jugando fútbol, del último año nuevo que pasaron “juntos, tranquilos, en rumbita chévere, bien cómodos”.

 

El último gol de Vladimir Bravo

Son las 8:58 de una noche de miércoles y la cancha del barrio La Independencia está encharcada. Detrás del balón corren dos decenas de hombres, unos cincuentones, otros en sus veintes, tratando de descontar el marcador. Solo los mayores recuerdan la época en que esto era un barrial imposible en el que jugaban con los pies descalzos. Ahora, no hay mucho que envidiarle a un estadio.

 

En las gradas, algunos familiares de los jugadores les hacen barra o adelantan agenda mientras los niños corren en las escaleras de cemento.

 

—Viene mucha gente, ¿no? —le pregunto a una mujer mayor, de pelo rubio, que arrulla a su nieta.

 

—Pero hoy está prácticamente solo. En otra época esto estaría a reventar, pero ahorita la gente casi no está viniendo. Ya sabe, por la situación.

 

“La situación” es el eufemismo para referirse a la crisis de violencia. Para los días en que asesinaron a Vlacho, las calles de todos los barrios populares de Buenaventura quedaban desiertas antes del anochecer.

 

La historia de Vladimir, el joven al que la guerra de bandas le arrebató la vida
Habitantes de Buenaventura se manifestaron en las calles contra la violencia.
Foto: EFE - Ernesto Guzmán Jr.

 

“La gente estaba muy atemorizada. Ni en la pandemia habíamos estado tan confinados. Vivimos días de mucho miedo, con el padre nuestro en la boca todo el tiempo”, dice un habitante que pide no mencionar su nombre.

 

Ahora, poco a poco, todo va retornando a una normalidad que no deja de están tensada por la violencia. Pero acá, en la cancha, dicen que nada va a ser igual.

 

“Venir acá es muy duro, porque yo sé que si no hubieran matado a Vlacho, seguramente me lo habría encontrado, porque mantenía jugando acá”, dice un amigo del joven.

 

Tal vez por eso, cuando acabaron con su vida, su familia decidió volver a llevarlo a esa cancha donde jugó la mayoría de sus partidos.

 

Con el féretro frente al arco y una multitud rodeando el área, un joven afro vestido de camiseta deportiva azul puso el balón en el suelo. Era Santiago. Tenía los ojos empantanados y la mirada fija en el suelo. El árbitro dio un pitazo, él pateó y, tras un leve choque con el ataúd, el balón cruzó la línea blanca. Vlacho marcó su último gol mientras sus amigos aplaudían y su hermano se desplomaba en el suelo.

 

“No podías dejarme solo”

 

Para los familiares de las víctimas de la guerra urbana que carcome a Buenaventura, el asesinato de sus seres queridos es apenas el inicio de un viacrucis que nadie sabe cuántas estaciones tendrá.

 

Apenas enterraron a Vladimir, la primera urgencia de los Bravo Núñez fue huir de la ciudad para mantenerse a salvo. Dejar todo atrás. La vida entera atrás.

 

Un mes después, a Santiago lo sigue carcomiendo la inquietud: por qué les tenía que pasar esto a ellos, que nunca se metieron en malos pasos. Se detiene a pensar. Se interpela, interpela a su hermano: “Vlacho siempre nos decía: ‘yo no me quiero morir, por eso yo ando en mi lado’. No entiendo cómo pasó esto. Él decía que yo era su muchacho, que siempre me iba a cuidar. Ay, manito, no podías dejarme solo”.

 

*Esta pieza periodística hace parte de la iniciativa “Comunidades que Transforman” de El Espectador, el Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ por su sigla en inglés) y la Embajada de la Unión Europea. Esta es una alianza para producir contenidos que narran los esfuerzos de las organizaciones comunitarias, las autoridades y el sector privado en la construcción de paz.