La Comisión Segunda del Senado acaba de aprobar la adhesión del país a la Comisión Ballenera (CBI), lo que le permitirá alzar su voz en el contexto internacional para salvarlas de la extinción y la cacería.
Este es apenas el comienzo de un trámite que está moviéndose en el Congreso en medio de referendos reeleccionistas y reformas políticas, y al que le hacen falta tres debates para convertirse en ley.
La idea es que sea una realidad antes de que termine esta legislatura, para que Colombia pueda asistir como miembro activo de la CBI a la próxima reunión del organismo, prevista para finales de junio en Portugal.
El visto bueno que la comisión del Senado le dio a la adhesión de Colombia a la CBI ha sido considerado por organizaciones no gubernamentales y activistas ambientales como ‘un triunfo', teniendo en cuenta la incompetencia que había demostrado el Congreso y la Cancillería para llevarla a buen puerto.
Fue anunciada por el ex ministro de Medio Ambiente, Juan Lozano, en febrero del 2007, pero completó más de dos años empapelada.
La primera causa de ese retraso es como para no creer: durante siete meses (casi todo el 2007) el proyecto de adhesión, bautizado como Ley 213, se quedó guardado en la Cancillería porque el texto estaba en inglés y se requería una traducción que se embolató.
Finalmente tuvo su primera discusión en el parlamento en el primer trimestre del 2008, pero fue devuelto por imperfecciones en el texto y ante la "indiferencia del ex canciller Fernando Araújo", denunció el senador Manuel Enríquez Rosero.
La inclusión de Colombia en el organismo no va a producir un giro radical en las posturas de la entidad, pero el objetivo es hacer un bloque con Chile, Argentina y Brasil que se oponen a la caza de las ballenas y que no han tenido éxito por falta de respaldo.
Por ejemplo, en la última reunión de la CBI en Chile, se fracasó una vez más en el intento por acordar medidas de protección. Japón, el principal cazador, siguió con su programa anual de captura científica de cetáceos, a pesar de que se sabe es esta es una caza comercial encubierta. Nada se pudo hacer porque la CBI no incluye en sus estatutos una moción para revisar esos supuestos programas en favor de la ciencia.
Otro obstáculo para detener a los barcos nipones ha surgido entre las mismas naciones que integran la CBI, que venden su voto a favor de la caza, a cambio de que Japón los apoye económicamente y hasta con proyectos de vivienda. Esto ocurre con países pobres como Surinam, Camboya o Gabón, al igual que con Mongolia, que ni siquiera tiene salida al mar.
La caza de yubartas y otras especies es un negocio redondo. Según estadísticas de la Asociación Ballenera de Japón (ABJ), publicadas en su portal de Internet, esta actividad le reporta a esta nación aproximadamente 2.000 toneladas de carne cada año, que en la venta al por mayor significan ingresos por unos 33 millones de euros. En Colombia las ganancias se dan por una actividad más noble: las jornadas de avistamiento, que les significan a los operadores turísticos de Chocó y Valle ingresos por más de 700 millones de pesos al año.
Felipe Vallejo, un activista de Greenpeace que llegó a Bogotá a impulsar la entrada de Colombia a la CBI, le dijo a EL TIEMPO que esa cifras son una excusa suficiente para que Colombia entre al organismo y se pueda detener la carnicería. "Pero además el país se vería como una nación coherente cada vez que se enorgullezca de su biodiversidad", opinó.
Ballenas son vitales para regular el clima del planeta.
Existen 13 especies de ballenas en todo el mundo, seis de las cuales se pueden ver en Colombia: llegan a las costas nacionales la ballena azul, el rorcual común (o de aleta), la bryde, la minke, la ballena sei y la yubarta o jorobada, que arriba a playas de Nuquí, Bahía Solano y Bahía Málaga a dar a luz a sus crías a mediados del año.
Esta última región, según mediciones, tiene la tasa de nacimientos de ballenas más alta del mundo, con el 28 por ciento del total.
Allí, además de tener sus bebés, se aparean, crían a sus recién nacidos y llevan a cabo procesos de socialización.
Luego, las ballenas regresan en grupo a la Antártida para consolidar un ciclo de alimentación que las expone a la cacería.
Por eso es seguro que muchos de los ejemplares que nacen en Colombia, mueren masacrados por los barcos japoneses que llegan entre octubre y enero a las inmediaciones del Polo Sur.
Las más afectada por esta práctica fue la ballena azul, cuya especie llegó a reducirse de 300 mil ejemplares que tenía a mediados del siglo XX, a menos de 350 a finales de la centuria.
De las jorobadas solo queda el 20 por ciento del número original, es decir algo más de 39 mil, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (Uicn), que la ha clasificado como ‘vulnerable'.
Las ballenas, además de dejar dinero por turismo, son esencialmente claves para regular el clima del planeta.
Estos cetáceos se alimentan de plancton, pero ellas a su vez reciclan el hierro presente en este alimento y lo convierten en fertilizante para crear nuevo plancton, organismos que son capaces de capturar más dióxido de carbono que todos los bosques de la Tierra juntos (aproximadamente un millón de toneladas al año).
Son animales migratorios y por eso su preservación debe ser el resultado de un esfuerzo conjunto entre países.
Colombia ha suscrito algunos acuerdos con Panamá, Costa Rica y Ecuador, sin embargo, el único instrumento mundial dirigido a su protección y a la regulación de su caza es la Comisión Ballenera Internacional.
Los únicos países de América del Sur, con salida al mar, que no han ingresado a este organismo son Colombia y Venezuela.
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