Jul 08, 2025

Buenaventura: así es como los jóvenes resisten a la guerra a través del baile

  • Jul 07, 2025
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Buenaventura: así es como los jóvenes resisten a la guerra a través del baile
El profesor Fabián Arrechea dirige hace 11 años la organización Expresión PaZífico, que cuenta actualmente con 85 jóvenes.
Foto: Julián Ríos Monroy

 

El profesor Fabián Arrechea dirige Expresión PaZífico, una organización que trabaja en uno de los barrios dominados por las estructuras ilegales del puerto. Su objetivo es que los jóvenes en contextos de vulnerabilidad exploren otras opciones de vida. Crónica.

 

El eco de la voz carrasposa se expande en el salón y opaca los gritos desordenados. “Uno, dos, tres”. El conteo es suficiente para que cualquier murmullo se disipe y los 17 cuerpos se dirijan a un mismo punto para formar un círculo. Se mezclan entre chicos (desde los seis años) y grandes (algunos rozan los 20). Son 11 mujeres y seis hombres afro. La mayoría viste short y camiseta. Agachan las cabezas, cierran los ojos, se sostienen de las manos.

 

El profesor Fabián Arrechea rompe el silencio con plegarias de agradecimiento por un nuevo día, por un nuevo encuentro, por estar con vida. Sus alumnos asienten: acá, decir que “la muerte está a la vuelta de la esquina” no es una frase de cajón. Todos han visto caer a un familiar, a un vecino o a un amigo de su edad en medio de la guerra entre bandas criminales. Por eso, en parte, llegan hasta acá dos o tres veces a la semana: para mantenerse aislados de esa violencia que se repite en bucle, que se ve con asomarse a la ventana.

 

Un rayo de luz anaranjado se cuela y se refleja en la pared de ladrillo de la escuela del barrio Las Palmas en esta tarde de viernes. A las 5:54 p.m., un “amén” suena al unísono y da cierre a la oración. Ahora es momento de darle “play” a la música. En un par de segundos el círculo se convierte en una cuadrícula. Los primeros movimientos aparecen tras los beats de la cantante sudafricana Tyla.

 

Así comienza este ensayo de Expresión PaZífico, la organización que Arrechea fundó hace casi 11 años con un objetivo lejos de lo material en la cabeza: “Que un día no muy lejano, en Buenaventura, dejemos de pensar en armas, violencia, pobreza y cosas negativas. Que cambiemos todo eso por el baile”, dice el profesor de 38 años, que viste jeans entubados y una camiseta oversize lila con el logo del grupo estampado en la espalda y el pecho.

 

Cuando Fabián llegó a la ciudad, lo único que sabía bailar era merengue. Por pura casualidad, en la casa del frente vivía el director de los Zig-Zag, una de las agrupaciones de baile con más trayectoria en el puerto. Ahí conoció el rap, aprendió pasos de salsa y ritmos urbanos. Se fue forjando entre bailarines y encontró en la danza un escape a tantos problemas que se veían en la ciudad: una forma de resistir. “Un gran amigo mío dice: ‘Bailemos hasta que todo se solucione’. Y ese es mi sueño, que el grupo sea una herramienta para reconstruir el tejido social”.

 

En últimas, lo que busca es que —como le pasó a él— sus alumnos encuentren en la danza y la cultura una razón para vivir lejos de la violencia. Actualmente hay 85 miembros activos, pero en la última década más de 300 jóvenes han participado en el grupo.

 

Luz Eneida Rentería es una de sus integrantes. Tiene 16 años y dice que no recuerda su vida sin música y sin baile. Cuando obliga a la memoria a retroceder hasta la infancia, se le atraviesa algún currulao en los recuerdos: “Es una cosa que forma parte de mí y de mi familia”. Va a los ensayos junto a su hermana gemela y algunas amigas.

 

Buenaventura: así es como los jóvenes resisten a la guerra a través del baile
El profesor Fabián Arrechea.
Foto: Julián Ríos Monroy

 

Además de instruirlos en danza, en los encuentros Fabián les pregunta por sus notas en el colegio, sus problemas, la situación en el barrio que cada integrante del grupo habita. Es una forma de tomarle el pulso a una realidad que, ante un descalabro mínimo, se convierte en un factor de riesgo para estos muchachos, que desde niños, por fuerza de las circunstancias, conocen los matices más oscuros de la vida y hablan de ellos sin tapujos.

 

“Es que en la calle uno encuentra muchas cosas malas, por eso es que uno viene acá a bailar, a hacer algo bueno por la paz, porque afuera uno puede estar drogándose, peleando o en cualquier momento lo pueden matar. Acá, por medio del baile, podemos expresar que hay alegría, podemos mostrar lo que sería Buenaventura si hubiera paz”, cuenta Luz Eneida.

 

Tal vez por esa conciencia sobre su propio contexto, el profesor afirma que más allá de ser una organización sociocultural o un grupo de baile, Expresión PaZífico es un remanso.

 

“Lo que uno ve en el día a día es que los jóvenes solo piensan en la violencia, porque se van criando con esa mentalidad. Por eso es importante que existan espacios como este, porque con el baile uno puede ver que hay opciones más allá de eso”, asegura María José Alomía, otra de las integrantes del grupo.

 

Para Fabián, el efecto de contribuir a evitar que un solo joven llegue a las bandas se multiplica: “No se está salvando una vida, sino cientos, porque ya hemos visto cuánto daño puede hacer una sola persona que tome un mal camino”.

 

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Buenaventura es una ciudad dividida en dos. Lo que todos llaman “el centro” en realidad queda en el extremo oriental del Distrito: allí se ubica el puerto, el muelle, la Alcaldía, los hoteles lujosos (y no lujosos) donde se hospeda la mayoría de los turistas, las oficinas, los barrios con mejores calles, mayor acceso a servicios públicos y seguridad. Apenas a tres kilómetros de allí, el puente El Piñal marca el límite con la otra Buenaventura, donde vive la mayoría de la población, donde basta con abrir los ojos para evidenciar los contrastes y la desigualdad del mayor puerto marítimo de Colombia. El barrio Las Palmas forma parte de la Comuna 12, la más alejada del “centro”, la última del mapa urbano de la ciudad.

 

Los habitantes de estas zonas tienen que lidiar con las miradas desconfiadas de los taxistas o las negativas a prestar el servicio, que implica atravesar fronteras invisibles o tramos de la carretera que están en disputa entre Shottas, Espartanos y Chiquillos, las tres principales bandas urbanas de la ciudad. En el mejor de los casos, como me ocurrió a mí, el conductor acepta la carrera con un recargo adicional, pero con una condición: dejar al pasajero en la vía principal.

 

Lejos de esa avenida (que comunica con Cali), no hay rastros de pavimento. Las calles del barrio son de balastro, cemento o tierra y están rodeadas de casas –unas de material, otras de madera– de entre uno y tres pisos. Acá el abandono estatal ha sido la regla. Como en casi toda la ciudad, el acceso a agua potable es restringido y la oferta de las instituciones es casi nula. Muchas de las reglas de convivencia son fijadas por las bandas, incluso cuando hay presencia de la Fuerza Pública por temporadas.

 

Pero en medio de todo eso hay una comunidad que resiste a las violencias y al estigma, que se aferra a su cultura para buscar salidas. Varios de los jóvenes que han pasado por Expresión PaZífico las han encontrado. Algunos estudian en la universidad o se han metido de lleno en el mundo del baile. “Tenemos chicos que han ido a bailar fuera de la ciudad y el país, incluso a Turquía”, cuenta Fabián, quien con su liderazgo jalona otros proyectos sociales en el puerto.

 

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Buenaventura: así es como los jóvenes resisten a la guerra a través del baile
La escuela de baile queda ubicada en el barrio Las Palmas de Buenaventura.
Foto: Julián Ríos Monroy

 

Luego de dos horas de baile al son de hip hop, dancehall, bachata, salsa, reguetón y otros ritmos, el calor se siente en el salón. El grupo hace un repaso de tareas pendientes y horarios de próximos ensayos.

 

Los jóvenes se empiezan a despedir y el lugar se va quedando vacío. Fabián organiza algunas sillas, guarda sus implementos en la maleta, desconecta el parlante y lo agarra con la mano izquierda.

 

Salimos de la escuela cerca de las 9 de la noche y en la calle reina el silencio. Somos los únicos transeúntes. En la esquina, una pareja de hombres parece vigilar el barrio, aunque no nos dicen nada. Caminamos por la calle destapada hasta encontrarnos con un polideportivo en el que se juega un partido de microfútbol. Una luz tenue ilumina una pared que tiene un mensaje pintado: “Queremos la paz”.

 

Fabián me deja en el mismo punto donde me recogió y espera mientras llega un taxi. Se despide, da media vuelta y regresa a pie, aferrado a su parlante, al barrio donde están enterrados todos sus anhelos. La silueta del hombre que carga sobre los hombros un remanso contra la guerra se pierde en las calles de Las Palmas.

 

*Esta pieza periodística hace parte de la iniciativa “Comunidades que Transforman” de El Espectador, el Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ por su sigla en inglés) y la Embajada de la Unión Europea. Esta es una alianza para producir contenidos que narran los esfuerzos de las organizaciones comunitarias, las autoridades y el sector privado en la construcción de paz.

 

Comunidades que Transforman